Camino de casa, otra vez asustado y apaleado, supe que Luis Carrión había dicho que era "difícil jugar con el ambiente" y que hoy era un día "para estar al lado de los jugadores, olvidarse de uno y alabar, con fallos o no, que se dejen la vida". Era la forma de nuestro entrenador de repartir el fracaso con cada uno de los que habíamos decidido que el mejor plan para la mañana del domingo, era meterse en la selva de barro que es el Arenal y arriesgarse a pillar una buena mojada por estar al lado de los que llevan nuestra camiseta; a pesar de que ya sabíamos de sobra que a lo que íbamos a asistir era a la enésima tragedia, a nuestra quincenal cita con el cementerio.
Pues no Carrión. El Córdoba no ha perdido hoy por el ambiente, ni por la falta de animación. No se ha silbado a ninguno de los jugadores, ni tampoco al entrenador. La afición hoy, y así viene siendo habitual, ha sido condescendiente con el equipo. No ha influido en el resultado, en absoluto, la protesta previa de algunos cientos ante la puerta 0. ¿Sabes lo que sí ha marcado el partido? Anquela vio que Sastre estaba en riesgo claro de expulsión y, en el minuto 60, lo cambió por Vadillo, con el que también pretendía aprovechar la banda que tantas veces dejaba libre Antoñito. Aguza corría el mismo peligro que Sastre, porque al igual que él tenía amarilla y el árbitro ya lo había avisado/perdonado en una ocasión. Nos dimos cuenta todos Carrión. O casi, porque el que tuvo que verlo, que fuiste tú, no lo vio. Siete minutos después ocurrió lo que tenía que ocurrir: nos quedamos con diez y el partido, de facto, estaba perdido. Para más inri, fue Vadillo quién nos ajustició con el primer gol y quién nos dio la puntilla con el segundo. Así que no, Carrión. Hoy la afición no ha perdido el partido, lo has perdido tú, porque hoy era un choque tan igualado que los entrenadores tenían mucho que decir. Y el otro ha sido mejor que tú.
Y no es la primera vez, Carrión. Está claro que tu predecesor no te dejó el terreno arado, pero desde que llegaste solo has dado palos de ciego. Te empeñas en realizar un fútbol que nos va a terminar de mandar al infierno, intentando que tuercebotas como Rodas o Ramos saquen el balón jugado, una tarea irrealizable para ellos, y en la que fracasan una y otra vez en cada partido, poniendo constantemente nuestra portería en riesgo. Le diste la responsabilidad a unos canteranos que ahora has apartado y pasas jugadores desde la grada a la titularidad en menos de una semana. Tus cambios son siempre tres puñaladas a la razón. Ya decía Séneca que si no sabes hacia dónde dirigir tu barco, ningún viento te será favorable.

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