Puedo perdonar que tengamos un portero
que apenas se mueve de debajo de los palos y cuando lo hace mejor que
se hubiera quedado quieto. Un portero que tampoco tiene los reflejos
suficientes, para estando colocado en la línea de meta, sacar
algunos balones que son goles evitables.
Es inseguridad.
Puedo perdonar que tengamos unos
defensas a los que le tiembla el alma, cada vez que ven delante de
ellos a jugadores de los equipos contrarios que los driblan con
facilidad inaudita.
Es miedo.
Puedo perdonar que no tengamos técnica
en los jugadores del centro del campo. Técnica para sacar los
balones jugados, para facilitar unas transiciones con cierto
criterio, para jugar con el empaque que se le supone a un equipo de
la primera división.
Es falta de calidad.
Puedo perdonar a algunos periodistas
aduladores que valoraban el partido del Calderón como positivo por
el magnífico hecho de haber marcado dos goles.
Es servidumbre.
Por perdonar puedo perdonar al
presidente del Club que, en un ejercicio descarado de tacañería, no
ha valorado el momento único que la suerte y unos cientos de
canarios saltarines, nos regaló el pasado mes de junio,
consiguiendo uno de los premios más deseados por los cordobeses,
estar en la primera división del fútbol español.
Es avaricia.
En definitiva se puede perdonar la
inseguridad, el miedo, la falta de calidad, la tacañería y hasta la
adulación servil y gratuita….Pero el orgullo, la falta de orgullo,
eso no se perdona.
Y es que, lamentablemente, el pasado
sábado no se apreciaba ningún orgullo que se manifestara en dolor,
pena y enfado, cuando muchos de los jugadores del Córdoba C.F.
terminado el partido contra el Atlético de Madrid, iban detrás de
los jugadores colchoneros pidiéndole las camisetas, como niños
adorando a sus ídolos (no sé si también pedían autógrafos porque
eso no lo vi). Futbolistas del Córdoba que daba la impresión se
iban al vestuario, más felices por la camiseta obtenida, que
cabreados por los cuatro goles que le habían marcado.
Pueden faltar ciertas habilidades y
virtudes, pero la del orgullo no. A veces es lo único que nos queda
a los humildes y con él se puede comenzar a cambiar situaciones.
Fco. J. Valverde.