Posiblemente, dentro de muchos
años, quizás no recuerde el nombre de mis nietos, pero el 22 de junio de 2014 lo
llevaré tatuado en la memoria, mientras viva. La tecnología nos ha permitido
visionar y revisionar una y mil veces la misma jugada. Una, y mil veces; y
nunca nos cansaremos de volver a verla. Que un jugador al que vimos en las
gradas del Arcángel tres días antes con el brazo en cabestrillo, controle el
balón como no lo ha hecho en todo el año, deje casi sentado al defensor, y
centre perfecto con su pierna mala; que el central, jugando de 11, remate casi
en semifallo; que el portero, segurísimo hasta entonces, no bloque, y deje en
bandeja el balón; y que allí, en vez de dieciséis defensas canarios, aparezca
el más pequeño, el más listo de la clase, el Frijolito Dávila, y marque. Como diría el cachondo de
turno: “la jugada que emocionó a Spielberg”.
Los ascensos son para quiénes los
consiguen, y no para quiénes lo merecen. Por eso me importa un pito si estoy o no justamente en la mejor Liga del mundo. Un pito. Lo que tengo claro, es que no nos
merecíamos esperar tanto. Media vida penando lejos de Primera, mientras
otras aficiones menos fieles, otros Clubs de menos porte, podían ver a sus equipos jugando contra los
grandes, y los dejaban abandonados cuando lo hacían contra los menos grandes. Injusticia.
No sé en quién pensé cuando Uli marcó. Quizás en mi padre, que ahí
sigue, y al que cada día le cuesta más llegar al Arcángel; también en quienes, por
desgracia, no llegaron a tiempo; en mi hija, que, con su blanquiverde, bajó
incrédula y saltando los escalones de tres en tres, pensando en que aquello ya hacía rato que se había ido al garete; en
Rafa, a quién en ese momento estaba viendo llorar en la tele. (Cabronazo, te lo
dije: “Te arrepentirás mucho más de no viajar, que de hacerlo”).
¡Gooool! ¡Gooool! Una y otra vez.
Una y mil veces. Calor. Sudor. ¡Gooool! Rabia. Taquicardias. Humo del puro
condensado frente al televisor como en una partida de poker entre tahures. ¡Gooool! Incredulidad. ¿Ya ha terminado? ¡Gooool!
¿Vuelve el árbitro? ¡Finaaaaaal! El destrozo que los gritos produjeron en mi
garganta es tal, que, ahora mismo, doce
horas después, la voz de Joaquín Sabina es la de Juan Carlos Valerón comparada
con la mía. Benditos daños colaterales.
La Primera no nos ha pagado la
deuda. Ni mucho menos. Aún nos debe muchas. 42 años son demasiados. Justos los
que van desde que tenía 13 años y vi en el Arcángel ese último gol de Fermín,
hasta ahora, más cerca de los 60 que de los 50. Demasiados años. Demasiada vida
de segunda categoría, futbolísticamente hablando, por supuesto. Puta vida. Demasiados devaneos con chicas feas (Castillo, Estepona,
Los Boliches, Marino, Guadix, Díter de Zafra, Almansa, Vélez…), mientras que
otros se llevaban a la rubia a la cama (Madrid, Barsa…), justo a la que
nosotros, ahora, vamos a profanarle el juju.

No voy a incidir ahora en si,
anoche, el aforo de las Tendillas duplicó o no el normal de un partido en El
Arcángel. Me conformo con que tres o cuatro mil no asiduos (¡qué menos!), dejen
de ser discontinuos y se apunten a la causa. No se arrepentirán. Abrazar la
doctrina del cordobesismo es sólo privilegio de unos cuantos; una secta abierta
pero, a la vez, restringida a quiénes pongan al Club en lo más alto, por encima
de Messis, Cristianos y Simeones. No se admiten quiénes duden de a quién
animarán cuando venga su otro equipo. No nos valen los cuernos.
No es este un texto demasiado
currado, ni siquiera medianamente bueno, pero, os aseguro, que es el que he
escrito en mi vida con más felicidad. Anoche me sentí el hombre más alto de la
tierra, tanto que toqué el cielo en las Tendillas. Y arriba, os lo juro, vi
estrellas blancas y verdes que se encendían y apagaban. Y, sabiendo que muchos
que se quedaron en el camino nos observaban felices desde arriba, sólo se me ocurrió decir “¡Gracias por echarnos una mano!”. Y, tras varios guiños de unos cuantos luceros, preferí volver a casa y disfrutar de mi alegría en silencio.
Paco López-Cordón V.
@mushocordoba
Acabo de leer tu entrada por segunda vez, ahora con tranquilidad. Me parece preciosa. Quiero felicitarte porque, aparte de salir del corazón, es de la más bonitas que te conozco. Sentimental sin buscarlo. El punto justo. No estoy de acuerdo en que no sea buena.
ResponderEliminarMe voy de vacaciones de todo, que lo sepas. No sé si volveré. La gente dice que sí, pero ahora mismo estoy exhausto. Quiero tomármelo con más calma, centrarme más en lo deportivo y pasar un poco de todo lo demás. Veré si puedo.
Un abrazo.
Todo genial menos esto "Los ascensos son para quiénes los consiguen, y no para quiénes lo merecen. Por eso me importa un pito si estoy o no justamente en la mejor Liga del mundo. Un pito. Lo que tengo claro, es que no nos merecíamos esperar tanto. Media vida penando lejos de Primera, mientras otras aficiones menos fieles, otros Clubs de menos porte, podían ver a sus equipos jugando contra los grandes, y los dejaban abandonados cuando lo hacían contra los menos grandes. Injusticia."
ResponderEliminarNo nos engañemos nosotros mismos, aqui hemos abandonado al Cordoba (la ciudad en general) y se ha empequeñecido. Reconociendo esto, tenemos tarea entre manos, volver a ser el primer equipo de los cordobeses.
Un abrazo.
Gracias. Espero verte de nuevo por aquí. Un abrazo.
EliminarHola, Jesús. Los que hayan abandonado al Córdoba es lo que tendrán que mirárselo. Hay algunos pocos miles que no lo hemos hecho y somos nosotros los que hemos probado las mieles de la gloria.
EliminarHola y felicidades.
ResponderEliminarTu artículo lo considero muy bueno. De un cordobesista y cordobés. Yo lo viví como nunca he vivido mi cordobesismo y eso que casi estuve en el primer ascenso --ese día que el Córdoba ganaba en Huelva 0 a 4, yo ponía los pies en Barcelona--. Ahora lo he vivido con la peña Sangre Blanquiverde de Barcelona. Inenarrable mi actitud al ver el gol de Dávila --yo todo un comedido en mis acciones, me transformé-- ¡¡cómo saltaba!! Ahí está grabado. El presidente de nuestra peña, que lo es de todas las peñas cordobesistas por extensión había puesto la cámara fija y me captó. Luego, ¿qué pasó luego? que mis hijos y nietos al enterarse de la proeza del Córdoba acudieron al Pasa Tapas a vivirlo conmigo. Inenarrable. Después, ¿qué pasó después? Nos quedamos a cenar el presidente y su familia; y yo con la mía. Había que celebrarlo. El señor Alberto estaba desganado; yo respondí a la yesca de pan con jamón ibérico y una ensalada. El vino estuvo presente. Había que celebrarlo (vale la repetición.) Estoy en escribir una algo en tiempo pasado, unos siete años, y no sabía dónde situar a mi Córdoba. Ahora en ella, si es que la logro, podré escribir que el Córdoba había vuelto a subir después de cuarenta y dos años.
Felicidades a ti, que no te conozco, y a todos los cordobesistas repartidos por la corteza terrestre.
Y termino: ¡aúpa el CÓRDOBA!
Felicidades a vosotros por llevar tan alta la blanquiverde en el exilio. Tenéis mucho mérito. Seguid así. Un abrazo.
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