No tendría
más de diez años. Aquel pipiolo, de la mano de su padre, escuchaba
pacientemente sus batallitas futboleras. Córdoba. 19 de junio. Siete de la
tarde. Cuarenta grados. Todo ello sumado, y venir andando desde el Barrio de la
Viñuela, hacían que ese niño no viera el momento de llegar al Arcángel, y beberse
de un buche esa botella de agua que su padre llevaba, con popurrí de chuches, en
la bolsa del Mercadona. Un par de veces había intentado interrumpir el monólogo
paterno, pero que si quieres arroz, Catalina… Cuando papi contaba las batallitas
futboleras, cuando cogía velocidad hablando de su Córdoba C.F., no había quién lo callara.
De esta guisa,
el chaval se enteró de que ese podía ser el último partido que el Córdoba
jugara en este Estadio en Segunda División, hasta más ver. Y, tras ese punto de
partida, su padre desencadenó una serie de datos que el niño intentaba –sin éxito-,
absorber como una esponja. Era imposible. Esa verborrea no había quién la entendiera:
El ascenso de Cartagena; el partido de las lágrimas ante el Valladolid; la
liguilla de ascenso con los goles de Asen en Pontevedra y del pollito Guzmán
ante el Huesca; el gol de
Moisés al Zaragoza en el último segundo; las salvaciones a última hora en Getafe o Leganés; el penalti de Abraham Paz; el codazo
de Albácar a Charles; las buenas campañas en Copa; el partido ante el Barsa…
Lo único que
el crío sacaba en limpio era que el encuentro de esa noche podía ser histórico, y
que en unos meses jugarían allí el Madrid, el Barsa, y, sobre todo, su Atleti.
Al acordarse, interrumpió la perorata de su padre, también colchonero, y le preguntó que quién querría que
ganase cuando se enfrentaran. El frenazo en seco, y la mirada seria e incrédula
del padre, venían a decirle al niño que se dejara de pegos, y que ellos eran
cordobesistas; que lo del Atleti era otro tipo de cariño. Demasiado difícil de
entender para tan pocos años.
El Estadio ya
estaba cerca, y, aunque faltaba casi una hora, la marea blanquiverde se
acercaba en masa. Poco a poco, la pareja se iba entremezclando con grupos que,
como ellos, iban equipados de blanco y verde con exclusión absoluta de ningún
otro color. El Arcángel se iba a llenar y miles de personas vivirían uno de los
días más felices de su vida, porque el Córdoba C.F. iba a dejar la eliminatoria
prácticamente sentenciada tras un épico partido en el que golearon a la Unión
Deportiva Las Palmas.
Unos cuantos
años después, los buenos aficionados, cuando recordamos ese día, aún se nos
tiñe el vello de blanquiverde. Ahora sí valoramos lo que hicimos esa tarde
calurosa en la que el Córdoba le dio prácticamente un corte de mangas a la
Segunda División, ascendiendo de manera oficial tres días después. Ese domingo,
aquel niño y su padre se dieron una ducha de cordobesismo en las Tendillas, con
miles y miles de aficionados. Hoy, después de haber asistido a muchos partidos de
Primera, y con varios quinquenios de sangre blanquiverde en las venas, ese niño, hoy mayor, asiste con su hijo pequeño al Arcángel, y recuerda
aquel jueves tórrido en el Estadio, como el día en el que comenzó a olvidar a
su Atleti, y se hizo cordobesista hasta la muerte.
Paco López-Cordón V.
@mushocordoba
Ojalá muchos niños se conviertan al Cordobesismo en este Play-off y ojalá ningún niño de esta ciudad esté 42 años sin ver a su equipo en primera.
ResponderEliminarSi sentenciamos en la ida, no voy a poder dormir hasta por lo menos el martes de la semana que viene.
¿Sentenciar en la ida? ¿El CCF? Tu estás majareta
EliminarNos vemos en primera shavales!
ResponderEliminarExcelente artículo, se ha puesto el vello de punta y se me han saltado las lágrimas.
ResponderEliminar¿Y porqué no puede ser que dejemos sentenciado el ascenso en el Arcángel ?. Sería el cumplimiento de un sueño de más de 30 años (por mi parte). Nunca hemos celebrado un ascenso en el Arcángel. ¿Porqué no?. Mañana lo veremos
Gracias. Tenemos una oportunidad de oro y, si podemos, hay que machacar aquí. Tengo esa esperanza. Lo he soñado.
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