Señor Albácar, han pasado dos días desde su minuto de enajenación mental. Llevo desde entonces esperando noticias suyas en su Twitter, su web, la de su club y en su Facebook —la última vez que di una vuelta por ellos ha sido un instante antes de colgar esta carta— pero no he encontrado allí lo que esperaba.
Por mucho que el jefe de prensa de su club o su entrenador le hayan intentado convencer mil veces de que Charles fue el que dio un mandibulazo a su codo y de que el país entero ha montado en cólera porque tenemos un odio nato al Elche, sabe perfectamente que no es la realidad. Estoy seguro, además, de que es consciente de que el golpe pudo haberse evitado, y también del daño que hizo a su equipo y a su carrera con este gesto.
No obstante, puedo asegurarle algo: todos tenemos algún muerto en el armario. Todos nos equivocamos, pero la criba entre señores e indeseables se produce en la reacción posterior. No podrá convencerme de que cree penada su culpa con el envío de un exiguo sms a Charles durante la noche del domingo. Perdone, pero no me lo creo. Pero voy a ir más allá. Supongamos que su compañero de profesión asuma que la operación a la que será sometido esta tarde y su dura recuperación, vaya en el sueldo o sea fruto de un lance del juego, como así estará harto de oír en su entorno. Supongamos, pues, que Charles se da por satisfecho con esos 20 caracteres que llegaron a su móvil.
Virtualmente solucionado este problema, voy al que a mí me preocupa de verdad. ¿Qué pensarán esos niños y adolescentes ilicitanos que lo tenían a usted como ídolo? Podrá pensar, ¿qué carajo te importan a ti los niños de Elche? Pues mire, a mí me preocupan todos los imberbes del globo, sean de donde sean o del equipo que amen. Trabajo con ellos y sé de la importancia que tiene todo lo que haga y diga un creador de opinión, como lo es usted aunque no lo crea. ¿Qué se les habrá pasado por la cabeza a esos chiquillos en la jugada de su expulsión? Imagine el caos en el que tuvieron que convertirse sus pequeños cerebros, cuando su ídolo, aquel que marcó esos dos golazos en un minuto contra el Valladolid, intenta pisar a un rival que se revuelca de dolor en el suelo por su brutal codazo, mientras le voceaba "¡Levántate, que no te he tocado! —médico del Córdoba, dixit—".
Evidentemente como sujeto que soy, solo puedo ser subjetivo, pero también honesto. Con esto le digo, ya en frío, que si yo estuviera en su pellejo, me preocuparía mucho menos la posible sanción que pueda caerme, que la falta de ética demostrada, especialmente hacia esos chicos, los futbolistas y aficionados del presente y el futuro. Ellos necesitan que su crack sea valiente y salga PÚBLICAMENTE a disculparse por su acción, que reconozca que se equivocó. Puedo asegurarle que muchos críos no tienen la conciencia necesaria aun para diferenciarlo, ya que tienen totalmente idealizados a sus modelos.
Yo me bajo aquí. Necesito desintoxicar definitivamente mi cabeza de todo lo vivido el domingo. Al fin y al cabo, esto es solo fútbol ¿no?